Descripción
Siempre se ha dicho que, “pueblo pequeño, infierno grande”. Y es verdad, porque mientras más se conocen las personas y las familias, más proliferan las envidias, los egoísmos y el insaciable interés de fastidiar al prójimo.
Omar, El Sultán caribeño, cuyo título le había sido otorgado por quienes conocían su modo de vida desahogado y excéntrico, había conseguido convertirse en el hombre más poderoso de una provincia, y uno de los más distinguidos del país, a pesar de la situación miserable que se vive en Cuba desde 1959, año en el que llegó esa epidemia política y económica, que destruyó un país que había sido próspero, para convertirlo en una finca miserable.
El Sultán era un hombre afortunado y dichoso, con cientos de amigos, incluso de los más altos niveles dentro del gobierno provincial y municipal, así como políticos, policías, militares y miembros de la Seguridad del Estado cubano. Pero solo sería hasta el día en que se dieran cuenta de su estatus social, superior a muchos generales, ministros y altos dirigentes del régimen. Entonces había que “fabricarle” un delito, pero no uno cualquiera, sino de los más graves que se pueden cometer en cualquier parte del mundo, y merecedores de los más ejemplarizantes castigos.
El acusado recorrió las más tenebrosas prisiones del país caribeño, y sufrió en carne propia las miserias propias de la población reclusa: golpes, torturas, humillaciones, hasta llegar a niveles incompatibles con la dignidad humana y la decencia. Y no sólo él, sino que el castigo también alcanzó a su mujer y sus hijos menores; pero El Sultán no se derrumbó ante las adversidades y las injusticias de un régimen que solo se mantiene a base de terror, encarcelamientos arbitrarios, torturas, golpizas, desapariciones y muerte.
No resultó tarea fácil liberar al encarcelado de las mazmorras castrocomunistas, pero la perseverancia de sus hermanos residentes en el exterior y las limitadas acciones llevadas a cabo por los otros que estaban dentro de la Isla, las permanentes ayudas económicas a su mujer y sus hijos desde España y Norteamérica, ciertos guiños monetarios y en especies al abogado que comenzó y concluyó el caso, consiguieron el milagro de la libertad condicionada, equivalente a la prisión domiciliaria.
Leer El Sultán de Oriente es viajar y desandar los increíbles antros carcelarios de la dictadura cubana, y conocer de primera mano una de esas historias que no se cuentan nunca en los medios de comunicación del régimen, esas que no son televisadas por los canales de la televisión cubana en su noticiero estelar, ni en ninguno de sus medios escritos.
Dejo en manos del lector una de las novelas más realistas de las que hasta la fecha se han escrito sobre las intimidades de la Revolución cubana, y es él quien deberá valorar, en última instancia, una historia que parece irreal, pero cierta en su totalidad, en la que aquellos que han tenido la desgracia de vivirla de cerca, les ha dejado huellas imborrables en su memoria.
Esta obra, del autor hispano-cubano Agustín Roble Santos, cambiará muchas formas de pensar y de ver la realidad oculta de un país admirado por tantas gentes, desconocedoras de las interioridades de una sociedad que se ahoga entre las colas, la represión, la miseria y el hambre; una historia que merece un final feliz, como la que merece también el pueblo cubano.